DIA DIECIOCHO – MIÉRCOLES 1 DE ABRIL
EL DILEMA DE LA MASCARILLA
Hoy ha hecho un día relativamente bueno. El sol se ha asomado de cuando en cuando entre las nubes y según auguran los meteorólogos el tiempo mejorará para el fin de semana. Sin embargo, es irrelevante.
Se acerca la Semana Santa, días de vacaciones para unos y de recogimiento para otros; y tanto los unos como los otros miran al cielo. Los de las vacaciones porque quieren disfrutar de la playa, la montaña o la nieve y los del recogimiento porque están pendientes de las procesiones. Pero este año, insisto, el tiempo no tiene importancia. Ni el del reloj y tampoco el del cielo. Porque, aunque llueve, truene o salga el sol todo el mundo estará en sus casas. Como mucho, los que tenemos suerte de tener una terraza, nos asomaremos un rato y si hace bueno mejor todavía.
Lo que quiero, lo que queremos, es que esta pandemia se aleje de nuestras vidas para siempre. Pero me temo que todavía tenemos para rato. En España las cifras no hacen más que aumentar y estoy pensando que, o bien lo están haciendo no mal sino aún peor, o bien los españoles son especialmente propensos al coronavirus. Los españoles y los italianos porque son los dos países donde la incidencia según el número de habitantes es especialmente elevada.
Recuerdo que, en enero, cuando vimos las imágenes de China no había ni un solo chino sin su mascarilla o guantes. Igualito que aquí. Además, escuché en las noticias las declaraciones de un piloto que se prestó voluntario para ir a China, ida y vuelta, con el fin de cargar el avión con material sanitario. Dijo que cuando llegó a Shanghái, todos los operarios llevaban mascarilla, sus trajes especiales (los famosos epi), guantes, gafas, y todo lo necesario para protegerse contra el enemigo invisible. En fin, igualito que aquí.
Claro que aquí no tenemos mascarillas, están agotadas, así que después de meditar sobre los que he visto que lleva la gente me pongo manos a la obra. Un trozo de tela por ahí, una goma elástica por allá, y como por arte de magia elaboro una mascarilla casera que, si bien no cuenta con los sellos y garantías del Ministerio de Sanidad, al menos me hará sentir algo más segura de cara a la galería. No resulta muy sofisticado, pero eso es lo de menos. A estas alturas de la pandemia cada uno se protege como puede y sin pensar en el estilismo.
Estoy por no leer más la prensa porque desde luego las noticias no dan para alegrías. La economía se hunde a pesar de las ayudas prometidas por el gobierno. Los fallecidos no son los que eran, sino muchos más. La OMS asegura que el confinamiento no es suficiente para eliminar al intruso, hay que complementar con los test. Cada día hay más personas que acuden a los bancos de alimentos porque no tienen dinero para llenar la nevera. En fin, un panorama desolador.
Tengo la impresión de estar viviendo una venganza: la de la tierra contra la humanidad. Nos hemos despreocupado tanto de nuestra naturaleza que ahora el globo se rebela. Ya lo decía hace cuarenta años Miguel Delibes en su libro Un Mundo que Agoniza: "El control de las leyes físicas ha hecho posible un viejo sueño de la Humanidad: someter a la Naturaleza. No obstante, todo progreso, todo impulso hacia delante comporta un retroceso, un paso atrás......." Y ese paso para Delibes es el culatazo.
Ahora la naturaleza se venga de la soberbia del ser humano y nos mandará a saber cuántos años hacia atrás. A ver si somos capaces de aprender algo de este revés.
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