DIA TREINTA Y OCHO – MARTES 21 DE ABRIL
ME LLAMA LA MONTAÑA
Echo un vistazo a las portadas de la prensa. Lo mismo de lo mismo, igual que ayer y también que mañana. Los políticos embroncados por una hipotética reconstrucción del país. ¿Reconstrucción? ¡Si todavía no vemos la luz del final del túnel! Que si el precio del petróleo, que si cuentas falsas en Facebook, que si los niños salen o dejan de salir. La única noticia que me ha llamado la atención es la que cuenta el hallazgo de una lanza de hace 300.000 años. En Alemania. Entonces echo un vistazo a mi alrededor. Desde la terraza. Definitivamente me llama la montaña.
Vivimos rodeados de magníficas sierras que ofrecen a los turistas infinidad de rutas para andar y algunas también aptas para bicicleta. Se habla tanto de sol y playa que se nos olvida que tierra adentro, a tan solo unos pocos kilómetros hay un paisaje que no tiene nada que ver con los rascacielos y urbanizaciones que desde hace medio siglo asoman por las costas españolas. Está claro que el turismo masificado, no solamente estropea, sino que mata directamente. Es lo que ha ocurrido en casi todo el litoral español salvo algunas excepciones gracias probablemente a algún alcalde inteligente o al pueblo condenado por no tener playas utilizables.
Pero no iba yo a eso. Quiero hablar de estas sierras que me rodean y que se han visto abandonadas debido a la pandemia. Están pidiendo a gritos que alguien las visite para disfrutar de su belleza. Me está llamando la montaña, me está llamando a gritos. Todos los días miro hacia la sierra de Bernia, la Sierra Gelada, el Peñón de Ifach, intento asomarme para ver el Puigcampana o sueño también con la Sierra de Mariola o la Sierra del Peñón. Todas ofrecen espléndidas rutas para hacer senderismo en las que la historia se pierde en el tiempo y donde uno, según avanza en el camino se pierde en la historia.
Esto fue antaño zona morisca, los bancales que aún siguen en pie y que trepan por las laderas de las montañas dan fe de ello. También es zona de piratas, corsarios y contrabandistas que encontraban en los miles de recovecos de las formaciones rocosas sus escondites perfectos. Estos maleantes de otros tiempos creaban también caminos de acceso a las regiones del interior casi invisibles para los no expertos. Cuenta la historia que en el barranco de Mascarat había una ruta de piratas sobradamente conocida por todos, pero con tal dificultad de acceso que nadie se atrevía a seguirles.
Actualmente estas rutas cargadas de contrabando y misterio conviven con senderos nuevos trazadas de tal forma que el senderista puede andar de pueblo en pueblo y disfrutar de la nada. Nada. Porque no hay nada más que naturaleza en estas montañas. Tal vez lo más sorprendente es que en estas sierras las noches son oscuras porque no hay contaminación lumínica. Los pueblos son escasos y muy pequeños. Hasta cierto punto forman parte de la España vaciada, aunque en las últimas décadas han recibido inquilinos extranjeros que buscan precisamente la paz que ofrece un pueblo alejado del bullicio costero.
Ahí es donde reside la grandiosidad de estas montañas. Son tierras áridas, con cultivos de viñedos, almendros, algo de cítricos, tal vez nísperos y poco más. Nada de bosques verdes y frondosos. Aquí la tierra es una tierra trabajada, arada a conciencia desde hace siglos. Labrada por el hombre que ha aprovechado su máximo potencial para hacer crecer lo que parece imposible. Es pura belleza.
Desde el Puerto Coll de Rates, la cima del mundo, en esos días transparentes de otoño, la vista llega hasta Ibiza, también vemos la belleza del Montgó y el Mediterráneo a ambos lados del Cabo de la Nao está al alcance de todos.
Así que a mí me llama la montaña y espero con ansias el fin del confinamiento para poder andar, caminar a base de bien y disfrutar de las estas Sierras.
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