DE VALENCE A VIVIERS – ES UNA DETRÁS DE OTRA
Creo que a estas
alturas todos comprenden que estamos algo decepcionados con lo que nos hemos
encontrado a lo largo de las vías fluviales francesas. Lo venden como un gran
recorrido turístico, que lo es, y también como una experiencia, que también lo
es, pero aunque esta venta alcanza otro países, como Alemania, Países Bajos,
Gran Bretaña e incluso los países nórdicos, la venta está solo pensada en los
franceses y en sus barcos de recreo. ¿Qué porque digo esto? Porque de entrada
pocos hablan inglés, idioma internacional aunque no a todos les guste, ni en
las marinas ni en las esclusas. Eso sí, hay que llamar a las esclusas y decir
que estás ahí ¿pero en qué idioma?
Las marinas cierran a las seis, hora de llegada de gran parte de los barcos extranjeros que disfrutan de estas vías para ir del norte al mediterráneo con lo que uno se queda sin ducha, baño, wifi (si es que hay) y a lo mejor también sin agua ni luz. El responsable ya no está y te has quedado sin la clave para entrar en todos estos sitios. Pero no pasa nada porque luego a la mañana vienen corriendo para cobrar antes de que te vayas. Además la mayoría de las “marinas” en las que hemos estado no se las puede llamar así. Son muelles abiertos en medio del pueblo o de la ciudad con unos servicios (duchas y baño sobre todo) muy precarios y en condiciones deplorables. Y en las guías fluviales que tenemos, nosotros y todos los demás navegantes con los que hemos hablado, las indicaciones no son las correctas. Para un barco una de las cosas más importantes es el calado y casi nunca está indicado. Así, cuando llegamos a Viviers indicaba dos metros, más que suficiente para el Hallberg Russey de Peter e Ingrid. Pero las cosas como son, no hicieron más que entrar y tocaron fondo. Ahí casi pinchamos nosotros también aunque tuvimos suerte y nos sobraron un par de centímetros con lo que pudimos amarrar. Peter e Ingrid tuvieron que seguir camino y quedamos en Avignon para el día siguiente. No cuento nada más tan solo decir que no fui capaz de ducharme en los baños del puerto. ¿Adivináis porque? Las tiendas por supuesto cierran hacia las seis, en el mejor de los casos a las siete, así que hay que salir corriendo para hacer acopio de bebida y víveres. ¿Y que souvenir se lleva el turista si la tienda está cerrada?
Por otro lado decir
también que Viviers es un pueblo muy mono, de origen romano, y con edificios
del siglo 17. En el puerto hay varios baretos con motivo sobre todo de la
llegada de los cruceros fluviales que llevan a los turistas de excursión para
ver los antiguos asentamientos del Imperio de Roma.
Y es aquí donde
Alfonso se nos pone malito. Después de recorrer varios kilómetros con Rafa en
busca de una nueva batería para el barco, llega con un fiebron de mil narices.
Buscamos médico de guarida, no había, farmacia de guardia, tampoco había así
que a esperar al día siguiente a la consulta de las ocho. Los chicos fueron
disciplinados y visitaron al señor doctor que no les atendió. No porque no
quisiera sino porque la consulta estaba llena de gente así que se fueron por la
puerta por donde habían entrado. Pero eso ya es historia ya que la fiebre se
fue después de un día de descanso en el barco.
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