viernes, 6 de junio de 2014

VARIAS JORNADAS EN UNA - DIFICULTADES CON INTERNET

LOS VESTIGIOS DE UNA GUERRA – VERDUN

   Ese año se cumple el centenario del inicio de la Gran Guerra, que es así como ha pasado a la historia la Primera Guerra Mundial aunque la siguiente, que comenzó a los 21 años de finalizar la primera, se llevó más vidas que ninguna otra contienda a lo largo de la historia del ser humano.  Pero no se trata de rivalizar en cuanto al número de muertos sino de recordar para que esta historia no se vuelva a repetir.

   A lo largo de nuestro recorrido por Le Meuse hemos seguido también el paso de la Primera Guerra con la tragedia  que ello conlleva y con los monumentos erguidos en nombre de los que dieron su vida por la libertad. Y Verdun es uno de los muchos lugares que recuerdan esos trágicos años que se llevaron por delante a varias generaciones de europeos. Y es que en 1916 la conquista de esta ciudad era algo crucial para los alemanes. La batalla duró 10 meses y la ciudad recibió el impacto de 250.000 bombas, quedando en gran parte destruida. Fallecieron casi 300.000 soldados entre franceses y alemanes quedando heridos otros 400.000. Pero la batalla no dio sus frutos para los alemanes que jamás llegaron a conquistar la ciudad y el horror de lo ocurrido simbolizó desde el primero momento tres cosas, la defensa de la patria, la abnegación de los soldados en el frente y la victoria de “los derechos”.    Para conmemorar este horror todos los veranos se celebran diversos actos y queda también para la memoria un buen número de monumentos abiertos al público.

   Pero Verdun es algo más que eso. Hoy en día es una ciudad abierta y alegre, llena de tiendas y restaurantes y con una animada vida nocturna. El río atraviesa la ciudad ofreciendo un atraque gratuito en pleno centro con luz y agua.
Ahí atracamos en compañía de nuestros compañeros de viaje que luego a la mañana siguiente siguieron su camino. Nosotros nos quedamos para hacer un poco de turismo y estábamos seguros de volverlos a encontrar a lo largo del camino hacia el Mediterráneo. Porque más de uno iba camino hacia el sur con la intención de dejar su barco en el Mare Nostrum.




















PAPA QUIERO SER ESCLUSERO – DE VERDUN A ST. MIHIEL

  Seguimos en la ruta de las esclusas manuales, nueve exactamente en este trayecto, y la verdad es que resultan bastante agradables. Cuando llegas hay alguien que te espera, te abre la puerta, te ayuda con los cabos y los amarres y además te sonríe y te desea buen día. Debe de ser un trabajo bastante agradable en primavera - verano y horrible en invierno, pensando sobre todo en el frío y el mal tiempo.
Tal vez por eso los operarios son tan amables ahora, ya que el buen tiempo está asomando de entre las nubes.  Aunque ya habíamos experimentado una jornada con esclusas manuales no teníamos claro cómo funcionan exactamente. El día anterior había varios equipos que se iban turnando entre esclusa y esclusa para no dejar tirado a nadie. Ellos saben con exactitud la cantidad de barcos a los que tienen que atender cada día ya que como ya he contado es imprescindible informar de que vas.
   En este día, sin embargo, el sistema es diferente. Pregunté al joven que nos abrió la primera esclusa si también estaría en la siguiente pero no, hoy tocaba una persona diferente en cada compuerta. Y fue entonces cuando descubrí que los chavales de aquí tienen una gran oportunidad de conseguir ese anhelado trabajo de verano o fin de semana. En nuestras vidas, allá en España o cualquier otro sitio sin ríos ni exclusas, los chicos buscan ese extra para sus gastos trabajando en bares, tiendas o cuidando niños. Aquí son escluseros. Todos los que nos atendieron eran jóvenes estudiantes ganando un dinerillo extra abriendo y cerrando compuertas.


Cuando terminan el trabajo en su compuerta llaman al siguiente para que esté preparado en su puesto. Claro que a veces se despistan y se les olvida llamar y esas cosas pero bueno, en general funciona bien. Además en una de las esclusas había un señor ya mayor enseñando a una joven el procedimiento a seguir con lo que estaría preparada para su trabajo de verano.  He dicho una joven porque esto no es un trabajo exclusivo de chicos. Aquí, con la manivela de la compuerta pueden también las chicas porque ya se sabe, más vale maña que fuerza.
  


 Llegamos a St Mihiel, nombre que proviene de St. Michelle, hacia las cuatro de la tarde con lo que había tiempo para una visita al pueblo.
En la oficina de turismo nos atendió una joven entusiasmada de oír hablar español, ya que su novio es alicantino y ella intenta practicar nuestra lengua. El pueblo tiene una impresionante Abadía y también una biblioteca histórica de relativa importancia.  En la parte vieja quedan algunos edificios renacentistas y en sus calles se recuerda a uno de sus hombres más ilustres Ligier Richier, uno de los grandes imagineros de la zona. De hecho St Mihiel fue desde sus comienzos una localidad muy artística en la que se trabajaba el oro para hacer joyas y también los tejidos para los trajes de los ricos de antaño. Todo ésta artesanía se ha perdido pero su existencia escribió muchas páginas de la historia del pueblo.

   También en los alrededores encontramos vestigios de la Gran Guerra, cementerios de los soldados caídos, bunkers y trincheras, porque la Primera Guerra Mundial fue sin duda la guerra de las trincheras, tal y como nos lo recuerda un buen número de películas rodadas en Hollywood. Claro que aquello no fue una película sino la cruda realidad.













LA HISTORIA DE LAS MAGDALENAS – DE ST MIHIEL A COMMERCY
 
 Cuenta la historia que el Rey Stanislas quería impresionar a sus invitados con un dulce que pasara a la historia y así se lo hizo saber a los responsables de la cocina de su palacio.  Y las cocineras rivalizaron en su imaginación creando “una delicatesen” detrás de otra. Finalmente el premio, o al menos el aplauso de los comensales, se lo llevo un bizcocho fermentado y aromatizado con ron y azafrán además de un poco de vino de Málaga. La magdalena había nacido y recibió el nombre de su creadora, una humilde cocinera de nombre Magdalena. El dulce se puso muy pronto de moda en los alrededores llegando incluso al Palacio de Versailles donde la hija de Stanislas, Marie Leszczynska, deleitaba a sus amigos con este manjar. El secreto de la receta fue revelado con los años y a la muerte de Stanislas en 1766 había ya en Commercy una pastelería que elaboraba la magdalena.

  Llegamos a Commercy tras una jornada navegando por el canal, de nuevo con esclusas automáticas,  dispuestos a disfrutar de un sabor con recuerdos de la infancia.
Se trata de una localidad de unos 8.000 habitantes cuya vida gira todavía entorno a las magdalenas  que dan trabajo a gran parte de la población en las dos fábricas abiertas en la actualidad y todo gracias a la cocinera del Rey Stanislas, que además ha dejado para la posteridad un inmenso palacete en el centro del pueblo.
Rodeando este edificio se encuentra la zona antigua de la ciudad con casas que en su época estuvieron llenas de esplendor pero que ahora se encuentran un poco deterioradas.
   Estamos de nuevo en un pueblo bastante agradable y como todos los días, prácticamente, tenemos que ir de compras. Hace falta fruta así que miramos lo que había en la frutería. Al margen de fruta y verdura había precios completamente prohibitivos. De 5 € no bajaba nada. Aun así nos llevamos albaricoques franceses y una piña. Luego en busca de pan y ¡cómo no! la ración diaria de pasteles para los golosos a bordo (de entre los que no me incluyo). Faltaba también agua y cerveza así a falta de un Lidl encontramos un Aldi. Los precios en Francia se alejan mucho de los de España y también de los de Holanda y Bélgica. En estos dos últimos países no habíamos notado mucha diferencia en la cesta de la compra pero eso cambia considerablemente en el país galo. Así que la idea es siempre ir a supermercados con precios razonables y productos de calidad aunque a veces es difícil de encontrar.
   De todas formas he de confesar que no nos privamos de ningún capricho. Ya no tenemos edad para eso así que si nos apetece queso, lo compramos, de la misma forma que comemos patés, buena carne, estupendos guisos de pollo que prepara Lourdes, ensaladas frescas y ahora también algo de fruta. A ver si convencemos a Rafa para que nos haga una macedonia con fruta de temporada que a media mañana, cuando el hambre aprieta, sienta muy bien y es también un chute vitamínico.  Y la ducha diaria que no falte....

  
















NO HAY DOS DIAS IGUALES – DE COMMERCY A TOUL
  
Lo bueno de viajar es que no hay dos días iguales y nunca sabes las sorpresas que te deparará la jornada venidera. Salimos de Commercy con tiempo para llegar a la primera esclusa a las nueve en punto y ya había una motora esperando a la puerta. No pasa nada siempre y cuando haya sitio para los dos y no tengas que esperar al siguiente turno y menos aun cuando  nos esperan 17 esclusas a lo largo de los próximos treinta kilómetros y lo peor de todo es que los últimos doce eran seguidos, a menos de 500 metros uno del otro. Estábamos mentalmente preparados y además el día amaneció con sol y calor. Total, 17 esclusas ¡eso no es nada! Además nuestros compañeros de viaje, una pareja holandesa más o menos de nuestra edad, eran de lo más agradables.
   Seguíamos con el mando en mano para ir abriendo esclusas, todas ellas relativamente pequeñas con alturas que no superaban los tres metros. Desayuno y aperitivo en el camino mientras que nos acercábamos al tramo “conflictivo” para el que, insisto, estábamos más que mentalizados. A unos 18 kilómetros de Commercy, a la altura de un pequeño pueblo llamado Lay St. Rémy alcanzamos un túnel, el más largo hasta el momento más de 800 metros.


La dirección está regulada con un semáforo y afortunadamente estaba en verde. Hasta el momento todo había lucido de un verde fantástico, con lo que el tiempo de espera ante las esclusas era inapreciable.
Y así llegamos al tramo de las doce esclusas seguidas. Nuestra preocupación el día anterior había sido el tiempo, el no tener tiempo para hacer todas las esclusas en un solo día pensando sobre todo en que no había ninguna zona de atraque a lo largo del camino. Pero la verdad es que íbamos sobrados.
   La primera sorpresa fue la dirección de la esclusa, esta no era de subida todas las anteriores hasta el momento, sino de bajada. La segunda era que el operario de las compuertas se quedó con nuestro mando para abrir los pequeños ascensores de barcos. Todo automático, todo automático, insistía. Bueno, ellos sabrán y nosotros a bajar. Es mucho más fácil bajar el barco por una esclusa que subirlo.
El primer atraque es más sencillo y el proceso menos movido y además bastante más rápido.  Doce esclusas de bajada hasta Toul, una detrás de otra, y de cuando en cuando un operario atento para evitar problemas. Está claro que con tanta tecnología por medio es imprescindible que alguien vigile su funcionamiento porque si en el proceso hay un atasco se puede liar una gorda ya que en los canales no hay amarres ni espacio suficiente para manejar los barcos.
   Íbamos tan bien que Rafa empezó a cronometrar el tiempo que tardábamos en cada esclusa. Lourdes se encargaba de echar el cabo en el noray de popa, Rafa saltaba a tierra, cogía el cabo que yo lanzaba de proa y luego amarraba el del centro. Alfonso, como buen capitán dirigía el cotarro y finalmente todo iba saliendo a la perfección. Primero tardamos unos 15 minutos en bajar por la esclusa, con amarre incluido, pero ese tiempo se iba acortando a medida que cogíamos práctica, técnica y confianza. Nuestros compañeros de viaje, la pareja holandesa también se iban soltando así que cuando bajamos la última, ya de entrada en Toul, nuestro tiempo récord era de ¡5 minutos!
   Y entramos a Toul alucinando, su marina llamada Port de France, era bien grande, cómoda y con los servicios esenciales aunque lo de internet sigue siendo un misterio.

Llegamos a las 15.15, muertos de hambre así que lo primero la comida y luego un merecido descanso aunque fuera bajo la lluvia que se empeñaba en caer del cielo.
   Toul es una ciudad agradable, llena de edificios antiguos y la parte vieja está rodeada de murallas que antaño servían de defensa en las continuas invasiones.
Destaca sobre todo la Catedral de Saint Étienne construida a lo largo de 300 años y de ahí su variado estilo. Lamentablemente las dos grandes guerras dejaron parte de este monumento en ruinas aunque ha sido restaurada en 1995.





















EXTRATERRESTRES – DE TOUL A RICHARDMÉNIL

   Hoy hemos subido y bajado como un yo-yo. Saliendo de Toul ya había cola para la esclusa. El dueño del Kaimaan se había hecho dueño del lugar así que estaba organizando las salidas. A él le hubiera tocado el primero ya que había sido el más madrugador pero cedió su puesto a otros dos barcos holandeses, amigos entre ellos, y se puso a la cola con nosotros. No estábamos seguros de que fuéramos a caber en la esclusa con esa super-mega-motora, al que sólo le faltaba un helicóptero en algún sitio, pero no tuvimos problema. Él y su mujer iban para el Mediterráneo pero claro, con ese motor tardarán una tercera parte que nosotros. De entrada tres esclusas pequeñas de bajada para luego toparnos con una grande, enorme, de las que todavía andan rondando nuestras pesadillas. Habíamos entrado en La Moselle, un río grande que sirve de vía fluvial para las gabarras con mercancía. Y de vuelta hacia arriba. Subimos 5 metros y en la siguiente más de siete. Afortunadamente no había gabarras sino solo los barcos pequeños que habíamos salido de Toul.
   Casi se nos había olvidado como eran las esclusas de subida y más aún las grandes que como su nombre indica están solamente hechas para barcos grandes con lo que amarrar a los pequeños resulta laborioso. En la última grande nos dieron de nuevo el mando, la llave para las próximas aunque al dueño del Kaimaan casi se le escapa ya que salió pitando como queriendo quedar el primero y los demás que estábamos ahí no paramos de gritarle para que parara.  Cosas que pasan cuando uno tiene prisa.
  El día amaneció con lluvia y así siguió hasta nuestra llegada a Richardménil que ofrece un atraque con lo justo y necesario, luz y agua. Vimos a nuestra llegada que el otro velero que nos había acompañado en el camino, un Hallberg-Russy, marca sueca y según Alfonso de lo mejor que hay en el mercado, estaban en el atraque aunque luego marcharon. Sin embargo al vernos atracar regresaron  y pidieron atracar a nuestro lado ya que su barco no tiene calado suficiente. Les faltaba unos 20 centímetros para seguir a flote en la orilla. Ningún problema para nosotros. Iban también rumbo al Mediterráneo y suponemos que para dejar el barco durante el invierno en algún puerto en la costa catalana.
   La guía fluvial que seguimos fielmente en nuestro viaje y tanto es así que se va a convertir en el libro más leído de la historia, indicaba que en este pequeño pueblo, al margen de un estupendo supermercado había gasolinera. Tras unas estupendas y riquísimas lentejas para entrar en calor después de la lluvia, nos pusimos en marcha. Rafa y Alfonso con un bidón cada uno y yo de acompañante. Estamos ahora seguros de que los habitantes de este pueblo se acordarán de ese día lluvioso de junio, cuando tres “aparecidos” dieron más vueltas que un niño tonto con bidones vacíos en la mano. Luego compramos pan y huevos de corral así que por las calles de Richardménil deambulaban bajo la lluvia, dos hombres y una mujer con bidones vacíos y una caja de huevos en la mano.
   No os fíes nunca de las guías ya que puede que estén desfasadas. Era el caso. La gasolinera estaba, al igual que el supermercado a cinco kilómetros y cada vez que preguntamos nos miraban con cara de asombro diciendo ¿sin coche? Claro que sin coche no íbamos a ir y como nadie se ofreció a ayudarnos volvimos al barco con las manos vacías.



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