LOS VESTIGIOS DE UNA GUERRA – VERDUN
Ese año se cumple el centenario del inicio de la Gran Guerra, que es así
como ha pasado a la historia la Primera Guerra Mundial aunque la siguiente, que
comenzó a los 21 años de finalizar la primera, se llevó más vidas que ninguna
otra contienda a lo largo de la historia del ser humano. Pero no se trata de rivalizar en cuanto al
número de muertos sino de recordar para que esta historia no se vuelva a
repetir.
A lo largo de nuestro recorrido por Le Meuse hemos seguido también el
paso de la Primera Guerra con la tragedia
que ello conlleva y con los monumentos erguidos en nombre de los que
dieron su vida por la libertad. Y Verdun es uno de los muchos lugares que
recuerdan esos trágicos años que se llevaron por delante a varias generaciones
de europeos. Y es que en 1916 la conquista de esta ciudad era algo crucial para
los alemanes. La batalla duró 10 meses y la ciudad recibió el impacto de
250.000 bombas, quedando en gran parte destruida. Fallecieron casi 300.000
soldados entre franceses y alemanes quedando heridos otros 400.000. Pero la
batalla no dio sus frutos para los alemanes que jamás llegaron a conquistar la
ciudad y el horror de lo ocurrido simbolizó desde el primero momento tres
cosas, la defensa de la patria, la abnegación de los soldados en el frente y la
victoria de “los derechos”. Para
conmemorar este horror todos los veranos se celebran diversos actos y queda
también para la memoria un buen número de monumentos abiertos al público.
Pero Verdun es algo más que eso. Hoy en día es una ciudad abierta y
alegre, llena de tiendas y restaurantes y con una animada vida nocturna. El río
atraviesa la ciudad ofreciendo un atraque gratuito en pleno centro con luz y
agua.
Ahí atracamos en compañía de nuestros compañeros de viaje que luego a la
mañana siguiente siguieron su camino. Nosotros nos quedamos para hacer un poco
de turismo y estábamos seguros de volverlos a encontrar a lo largo del camino
hacia el Mediterráneo. Porque más de uno iba camino hacia el sur con la
intención de dejar su barco en el Mare Nostrum.
PAPA QUIERO SER ESCLUSERO – DE VERDUN A ST. MIHIEL
Seguimos en la ruta de las esclusas manuales, nueve exactamente en este
trayecto, y la verdad es que resultan bastante agradables. Cuando llegas hay
alguien que te espera, te abre la puerta, te ayuda con los cabos y los amarres
y además te sonríe y te desea buen día. Debe de ser un trabajo bastante
agradable en primavera - verano y horrible en invierno, pensando sobre todo en
el frío y el mal tiempo.
Tal vez por eso los operarios son tan amables ahora,
ya que el buen tiempo está asomando de entre las nubes. Aunque ya habíamos experimentado una jornada
con esclusas manuales no teníamos claro cómo funcionan exactamente. El día
anterior había varios equipos que se iban turnando entre esclusa y esclusa para
no dejar tirado a nadie. Ellos saben con exactitud la cantidad de barcos a los
que tienen que atender cada día ya que como ya he contado es imprescindible
informar de que vas.
En este día, sin embargo, el sistema es diferente. Pregunté al joven que
nos abrió la primera esclusa si también estaría en la siguiente pero no, hoy
tocaba una persona diferente en cada compuerta. Y fue entonces cuando descubrí
que los chavales de aquí tienen una gran oportunidad de conseguir ese anhelado
trabajo de verano o fin de semana. En nuestras vidas, allá en España o
cualquier otro sitio sin ríos ni exclusas, los chicos buscan ese extra para sus
gastos trabajando en bares, tiendas o cuidando niños. Aquí son escluseros.
Todos los que nos atendieron eran jóvenes estudiantes ganando un dinerillo
extra abriendo y cerrando compuertas.
Cuando terminan el trabajo en su compuerta llaman al siguiente para que esté preparado en su puesto. Claro que a veces se despistan y se les olvida llamar y esas cosas pero bueno, en general funciona bien. Además en una de las esclusas había un señor ya mayor enseñando a una joven el procedimiento a seguir con lo que estaría preparada para su trabajo de verano. He dicho una joven porque esto no es un trabajo exclusivo de chicos. Aquí, con la manivela de la compuerta pueden también las chicas porque ya se sabe, más vale maña que fuerza.
Llegamos a St Mihiel, nombre que proviene de St. Michelle, hacia las
cuatro de la tarde con lo que había tiempo para una visita al pueblo.
En la
oficina de turismo nos atendió una joven entusiasmada de oír hablar español, ya
que su novio es alicantino y ella intenta practicar nuestra lengua. El pueblo
tiene una impresionante Abadía y también una biblioteca histórica de relativa
importancia. En la parte vieja quedan
algunos edificios renacentistas y en sus calles se recuerda a uno de sus
hombres más ilustres Ligier Richier, uno de los grandes imagineros de la zona.
De hecho St Mihiel fue desde sus comienzos una localidad muy artística en la que
se trabajaba el oro para hacer joyas y también los tejidos para los trajes de
los ricos de antaño. Todo ésta artesanía se ha perdido pero su existencia
escribió muchas páginas de la historia del pueblo.
También en los alrededores encontramos vestigios de la Gran Guerra,
cementerios de los soldados caídos, bunkers y trincheras, porque la Primera
Guerra Mundial fue sin duda la guerra de las trincheras, tal y como nos lo
recuerda un buen número de películas rodadas en Hollywood. Claro que aquello no
fue una película sino la cruda realidad.
LA HISTORIA DE LAS MAGDALENAS – DE ST MIHIEL A COMMERCY
Cuenta la historia que el Rey Stanislas quería
impresionar a sus invitados con un dulce que pasara a la historia y así se lo
hizo saber a los responsables de la cocina de su palacio. Y las cocineras rivalizaron en su imaginación
creando “una delicatesen” detrás de otra. Finalmente el premio, o al menos el
aplauso de los comensales, se lo llevo un bizcocho fermentado y aromatizado con
ron y azafrán además de un poco de vino de Málaga. La magdalena había nacido y
recibió el nombre de su creadora, una humilde cocinera de nombre Magdalena. El
dulce se puso muy pronto de moda en los alrededores llegando incluso al Palacio
de Versailles donde la hija de Stanislas, Marie Leszczynska, deleitaba a sus
amigos con este manjar. El secreto de la receta fue revelado con los años y a
la muerte de Stanislas en 1766 había ya en Commercy una pastelería que
elaboraba la magdalena.
Llegamos a Commercy tras una jornada navegando por el canal, de nuevo
con esclusas automáticas, dispuestos a
disfrutar de un sabor con recuerdos de la infancia.
Se trata de una localidad
de unos 8.000 habitantes cuya vida gira todavía entorno a las magdalenas que dan trabajo a gran parte de la población
en las dos fábricas abiertas en la actualidad y todo gracias a la cocinera del
Rey Stanislas, que además ha dejado para la posteridad un inmenso palacete en
el centro del pueblo.Rodeando este edificio se encuentra la zona antigua de la ciudad con casas que en su época estuvieron llenas de esplendor pero que ahora se encuentran un poco deterioradas.
Estamos de nuevo en un pueblo bastante agradable y como todos los días,
prácticamente, tenemos que ir de compras. Hace falta fruta así que miramos lo
que había en la frutería. Al margen de fruta y verdura había precios
completamente prohibitivos. De 5 € no bajaba nada. Aun así nos llevamos
albaricoques franceses y una piña. Luego en busca de pan y ¡cómo no! la ración
diaria de pasteles para los golosos a bordo (de entre los que no me incluyo).
Faltaba también agua y cerveza así a falta de un Lidl encontramos un Aldi. Los
precios en Francia se alejan mucho de los de España y también de los de Holanda
y Bélgica. En estos dos últimos países no habíamos notado mucha diferencia en
la cesta de la compra pero eso cambia considerablemente en el país galo. Así
que la idea es siempre ir a supermercados con precios razonables y productos de
calidad aunque a veces es difícil de encontrar.
De
todas formas he de confesar que no nos privamos de ningún capricho. Ya no
tenemos edad para eso así que si nos apetece queso, lo compramos, de la misma
forma que comemos patés, buena carne, estupendos guisos de pollo que prepara
Lourdes, ensaladas frescas y ahora también algo de fruta. A ver si convencemos
a Rafa para que nos haga una macedonia con fruta de temporada que a media
mañana, cuando el hambre aprieta, sienta muy bien y es también un chute
vitamínico. Y la ducha diaria que no falte....
NO HAY DOS DIAS IGUALES – DE COMMERCY A TOUL
Lo bueno de viajar es que no hay
dos días iguales y nunca sabes las sorpresas que te deparará la jornada
venidera. Salimos de Commercy con tiempo para llegar a la primera esclusa a las
nueve en punto y ya había una motora esperando a la puerta. No pasa nada
siempre y cuando haya sitio para los dos y no tengas que esperar al siguiente
turno y menos aun cuando nos esperan 17
esclusas a lo largo de los próximos treinta kilómetros y lo peor de todo es que
los últimos doce eran seguidos, a menos de 500 metros uno del otro. Estábamos
mentalmente preparados y además el día amaneció con sol y calor. Total, 17
esclusas ¡eso no es nada! Además nuestros compañeros de viaje, una pareja
holandesa más o menos de nuestra edad, eran de lo más agradables.
Seguíamos con el mando en mano para ir abriendo esclusas, todas ellas
relativamente pequeñas con alturas que no superaban los tres metros. Desayuno y
aperitivo en el camino mientras que nos acercábamos al tramo “conflictivo” para
el que, insisto, estábamos más que mentalizados. A unos 18 kilómetros de
Commercy, a la altura de un pequeño pueblo llamado Lay St. Rémy alcanzamos un
túnel, el más largo hasta el momento más de 800 metros.
La dirección está regulada con un semáforo y afortunadamente estaba en verde. Hasta el momento todo había lucido de un verde fantástico, con lo que el tiempo de espera ante las esclusas era inapreciable.
Y así llegamos al tramo de las doce esclusas seguidas. Nuestra preocupación el día anterior había sido el tiempo, el no tener tiempo para hacer todas las esclusas en un solo día pensando sobre todo en que no había ninguna zona de atraque a lo largo del camino. Pero la verdad es que íbamos sobrados.
La primera sorpresa fue la dirección de la esclusa, esta no era de
subida todas las anteriores hasta el momento, sino de bajada. La segunda era
que el operario de las compuertas se quedó con nuestro mando para abrir los
pequeños ascensores de barcos. Todo automático, todo automático, insistía.
Bueno, ellos sabrán y nosotros a bajar. Es mucho más fácil bajar el barco por
una esclusa que subirlo.
El primer atraque es más sencillo y el proceso menos
movido y además bastante más rápido.
Doce esclusas de bajada hasta Toul, una detrás de otra, y de cuando en
cuando un operario atento para evitar problemas. Está claro que con tanta
tecnología por medio es imprescindible que alguien vigile su funcionamiento
porque si en el proceso hay un atasco se puede liar una gorda ya que en los
canales no hay amarres ni espacio suficiente para manejar los barcos.
Íbamos tan bien que Rafa empezó a cronometrar el tiempo que tardábamos
en cada esclusa. Lourdes se encargaba de echar el cabo en el noray de popa,
Rafa saltaba a tierra, cogía el cabo que yo lanzaba de proa y luego amarraba el
del centro. Alfonso, como buen capitán dirigía el cotarro y finalmente todo iba
saliendo a la perfección. Primero tardamos unos 15 minutos en bajar por la
esclusa, con amarre incluido, pero ese tiempo se iba acortando a medida que
cogíamos práctica, técnica y confianza. Nuestros compañeros de viaje, la pareja
holandesa también se iban soltando así que cuando bajamos la última, ya de
entrada en Toul, nuestro tiempo récord era de ¡5 minutos!
Y entramos a Toul alucinando, su marina llamada Port de France, era bien
grande, cómoda y con los servicios esenciales aunque lo de internet sigue
siendo un misterio.
Llegamos a las 15.15, muertos de hambre así que lo primero la comida y luego un merecido descanso aunque fuera bajo la lluvia que se empeñaba en caer del cielo.
Toul es una ciudad agradable, llena de edificios antiguos y la parte
vieja está rodeada de murallas que antaño servían de defensa en las continuas
invasiones.
Destaca sobre todo la Catedral de Saint Étienne construida a lo
largo de 300 años y de ahí su variado estilo. Lamentablemente las dos grandes
guerras dejaron parte de este monumento en ruinas aunque ha sido restaurada en
1995.
EXTRATERRESTRES – DE TOUL A RICHARDMÉNIL
Hoy hemos subido y bajado
como un yo-yo. Saliendo de Toul ya había cola para la esclusa. El dueño del
Kaimaan se había hecho dueño del lugar así que estaba organizando las salidas.
A él le hubiera tocado el primero ya que había sido el más madrugador pero
cedió su puesto a otros dos barcos holandeses, amigos entre ellos, y se puso a
la cola con nosotros. No estábamos seguros de que fuéramos a caber en la
esclusa con esa super-mega-motora, al que sólo le faltaba un helicóptero en
algún sitio, pero no tuvimos problema. Él y su mujer iban para el Mediterráneo
pero claro, con ese motor tardarán una tercera parte que nosotros. De entrada
tres esclusas pequeñas de bajada para luego toparnos con una grande, enorme, de
las que todavía andan rondando nuestras pesadillas. Habíamos entrado en La
Moselle, un río grande que sirve de vía fluvial para las gabarras con
mercancía. Y de vuelta hacia arriba. Subimos 5 metros y en la siguiente más de
siete. Afortunadamente no había gabarras sino solo los barcos pequeños que
habíamos salido de Toul.
Casi se nos había olvidado como eran las esclusas de subida y más aún
las grandes que como su nombre indica están solamente hechas para barcos
grandes con lo que amarrar a los pequeños resulta laborioso. En la última
grande nos dieron de nuevo el mando, la llave para las próximas aunque al dueño
del Kaimaan casi se le escapa ya que salió pitando como queriendo quedar el
primero y los demás que estábamos ahí no paramos de gritarle para que
parara. Cosas que pasan cuando uno tiene
prisa.
El día amaneció con lluvia y así siguió hasta nuestra llegada a
Richardménil que ofrece un atraque con lo justo y necesario, luz y agua. Vimos
a nuestra llegada que el otro velero que nos había acompañado en el camino, un
Hallberg-Russy, marca sueca y según Alfonso de lo mejor que hay en el mercado,
estaban en el atraque aunque luego marcharon. Sin embargo al vernos atracar
regresaron y pidieron atracar a nuestro
lado ya que su barco no tiene calado suficiente. Les faltaba unos 20
centímetros para seguir a flote en la orilla. Ningún problema para nosotros.
Iban también rumbo al Mediterráneo y suponemos que para dejar el barco durante
el invierno en algún puerto en la costa catalana.
La guía fluvial que seguimos fielmente en nuestro viaje y tanto es así
que se va a convertir en el libro más leído de la historia, indicaba que en
este pequeño pueblo, al margen de un estupendo supermercado había gasolinera.
Tras unas estupendas y riquísimas lentejas para entrar en calor después de la
lluvia, nos pusimos en marcha. Rafa y Alfonso con un bidón cada uno y yo de
acompañante. Estamos ahora seguros de que los habitantes de este pueblo se
acordarán de ese día lluvioso de junio, cuando tres “aparecidos” dieron más
vueltas que un niño tonto con bidones vacíos en la mano. Luego compramos pan y
huevos de corral así que por las calles de Richardménil deambulaban bajo la
lluvia, dos hombres y una mujer con bidones vacíos y una caja de huevos en la
mano.
No os fíes nunca de las guías ya que puede que estén desfasadas. Era el
caso. La gasolinera estaba, al igual que el supermercado a cinco kilómetros y
cada vez que preguntamos nos miraban con cara de asombro diciendo ¿sin coche?
Claro que sin coche no íbamos a ir y como nadie se ofreció a ayudarnos volvimos
al barco con las manos vacías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario