EN BUSCA DE LEFFE
¿A quién no le apetece una Leffe? A nosotros desde luego que sí, así que
amanecimos rumbo a Dinant donde los monjes de la Abadía de Leffe habían
iniciado la producción de este preciado brebaje en el siglo XII. Supongo yo que
entre rezo y rezo había que tener la mente entretenida y que mejor idea que
dejar fermentar el lupo para conseguir una de las mejores bebidas del mundo; la
cerveza.
Salimos de Namur soñando con la Abadía y con ese gran vaso de Leffe
que además disfrutaríamos como nunca ya que el calor ha llegado. Muchas
esclusas, pero cada vez más pequeñas, en un paisaje cada vez más verde y
romántico. En este tramo a duras penas
quedan fábricas y las gabarras escasean por momentos. Yo a cada rato me pregunto de que vive la
gente que tiene su hogar a orillas del río (seguimos por Le Meuse), sobre todo
en esta época de depresión económica, pero supongo que sobreviven como todo el
mundo. Cada uno se busca el pan nuestro de cada día.
Tras la última esclusa llegamos a Dinant, ¡el milagro!,
¡la salvación!,
¡la cerveza Leffe!, porque hacía calor, mucho calor. Atracamos rápidamente el barco en el muelle
de visitantes, nos informamos de todos los servicios disponibles y preguntamos
también por nuestro ansiado tesoro, la cerveza Leffe. ¿Leffe? Aquí no queda
nada de Leffe, fue la respuesta en la oficina de turismo. La fábrica ya se la han llevado a otro lugar
y la Abadía de los monjes creadores de este gran brebaje está cerrada. ¿Bueno,
pero que se puede ver? En el pueblo hay una “Citadella” que está “ahí arriba”,
vaya que da vértigo solo pensarlo. ¡Chasco total! No monjes, ni fábrica, ni na de na. Aunque al menos había Leffe y tras un breve paseo por el pueblo, que estaba de celebración con el 200 cumpleaños de su hijo ilustre Alejandro Sax, nos fuimos al Restaurante Leffe, para beber Leffe y comer pollo con salsa de Leffe. ¡Porque Leffe tenía que ser!
La verdad es que el que no se divierte es porque no quiere y hay que
sacarle, siempre que se pueda, un poco de jugo a la vida. Y creo que es lo que
estamos haciendo en este viaje, al margen de la experiencia de llevar un barco
de un mar a otro “tierra adentro”.
Cuando se lo contamos a los holandeses y
belgas nos miran con cara de asombro. Vaya, vaya, dicen y añaden que ojo en
Francia con la profundidad de los canales. Y en este tipo de viajes, donde el
camino solo lleva a un mismo sitio, uno se encuentra de cuando en cuando con
los mismos viajeros intrépidos. Así en
Marssen, ya lo conté, nos ayudaron a sacar el barco que había pinchado, unos
australianos. Les volvimos a ver en Namur y luego eran de nuevo nuestros
vecinos en Dinant. Ahí ya hablamos con ellos más de la cordialidad y sorprende
oír a australianos hablar en perfecto español con acento argentino.
Habían comprado su barco en Holanda e iban de vacaciones hacia los canales
franceses.¿Y nosotros? Nosotros vamos hacia España con el barco de Alfonso comprado en Holanda. ¿Y cómo hacéis para cruzar las montañas? Esa fue la pregunta. Claro que no vamos a pedir a los australianos que sepan algo de geografía europea de la misma forma que nosotros de la australiana sabemos bien poco (yo al menos y eso que tengo familia ahí) Me hubiera gustado decirle que Atila nos estaba esperando con sus elefantes pero Alfonso se adelantó y explicó que los canales llevan al Mediterráneo y luego seguimos navegando. Os aseguro que no me estoy metiendo con ellos, ni nada por el estilo, solo que me hace mucha gracia la idea que los de otros continentes tienen del nuestro. Supongo que a ellos también les pasa lo mismo cuando nosotros vamos al suyo.
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