domingo, 18 de mayo de 2014

NAVEGANDO TIERRA ADENTRO - NUESTRA SUERTE ESTA CAMBIANDO

NUESTRA SUERTE ESTA CAMBIANDO
  
   Con esto hago naturalmente referencia al tiempo. Ayer en Maastricht disfrutamos un poco del sol y hoy el día amaneció con una extraña bombilla encendida en el cielo. Y hacía casi calor. La idea de la jornada era navegar hasta Liége, un total de 30 kilómetros con solo una gran esclusa ante nosotros.
Una jornada que se presentaba sencilla y así ha sido. La esclusa de Lanaye nos elevó 13 metros y pudimos entrar después de una inmensa gabarra y una motora holandesa con cuatro tripulantes a bordo. Ellos, de lo más amables, nos ayudaron a amarrarnos a su lado para mayor seguridad. Cuatro pijos holandeses que se iban a comer a Liège para luego regresar junto a sus santas esposas. Yo para mí que se habían cogido el fin de semana para ir de parranda porque ¿quién entra en un barco con camisa blanca, pantalón planchado y náuticos recién limpiados?
Claro que la cosa no era de nuestra incumbencia pero resulta divertido fantasear y hacer comentarios.
   En la esclusa estábamos ya en territorio belga y había que hacer el papeleo que duró exactamente 30 segundos. Aquí nadie pregunta nada, tan siquiera a quién llevas a bordo, así que cualquiera puede pasar de un país de otro. Fue como digo un abrir y cerrar de ojos y siguiendo el camino.
Como yo ya había augurado esta parte del trayecto es bastante feo. El Albert Kanaal pasa por una naturaleza bastante agradable pero que ha sido completamente estropeada por el hombre. Aquí se ve el lado bueno y malo de la civilización, las dos cosas a la vez, ya que el canal está bordeado por grandes industrias, que en su día fueron más que prósperas pero que ahora, con la crisis, han quedado abandonadas. Y siguiendo la bonanza de la época fructífera crecieron también a lo largo del río grandes urbanizaciones, casas en altura para albergar a los trabajadores, que hoy están en el paro y sus casas en decadencia. Eso es lo que vemos desde el canal que nos va a llevar a pleno centro de Liége, en la única marina que hay a treinta kilómetros de distancia.
    Llegamos a la ciudad con calor y hambre y no hay nada como una buena comida para apaciguar los ánimos y llenar el espíritu de fuerza para seguir el camino. ¡Y además nuestra primera comida en la bañera! ¡Al aire libre! ¡Con el sol en el cielo! Luego tocaría ducha, tareas domésticas, porque aquí también hay que lavar y limpiar, para luego disfrutar de un viernes por la noche en Liége. Pero lamentablemente Liége no vale gran cosa. Así que no pienso escribir sobre esa ciudad. No me da la gana y no me inspira. Mucho ambiente, eso sí, y grandes pizzas, pero poco más. A ver qué pasa el día de mañana cuando marcharemos rumbo a Namur, una ciudad que desconocemos por completo pero que seguramente nos traerá algo bueno. 




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