EN UN LUGAR LLAMADO LELYSTAD
Estamos en una de las ciudades más verdes de Los Países Bajos, en un lugar donde el aire, el agua y la tierra permanecen intactos desde hace siglos y donde el medio ambiente sobresale por su belleza natural. Dicen que es una ciudad por descubrir sin embargo lo que más llama la atención es que hay agua por todas partes, o bien sea en forma de canales, lagos, ríos, riachuelos o charcos. Porque aquí llover, debe de llover y a mares. Lo digo sin conocimiento de causa pero visto el paisaje y el verde de la tierra, pues eso, llover, lloverá. Aunque ahora mismo tenemos una tregua para poder disfrutar de lo mejor del clima holandés.
¿Qué hacemos en Lelystad? una ciudad que se encuentra a
35 kilómetros al norte de Ámsterdam y cuyo principal
atractivo son sus decenas de marinas donde oriundos y
foráneos tienen sus barcos que sacan sobre todo en verano
cuando el tiempo acompaña. Y he dicho lo de principal
atractivo a conciencia porque cuando hablamos de ciudades
siempre se nos cuela una vieja iglesia, un museo o
cualquier tipo de monumento. Pero Lelystad es diferente ya
que la ciudad como tal solo existe desde 1967 con lo que
sus anécdotas históricas escasean un poco. Aunque las hay
de otro tipo porque solo pensar que gran parte de la zona
era antes agua salada pura y dura no deja de tener su
interés.
Las comunicaciones en los Países Bajos son fantásticas
ya que el tren llega prácticamente a todos los rincones y
parece tener su centro neurálgico en Schiphol, el
aeropuerto de Ámsterdam. En menos de una hora nos
plantamos en la estación de Lelystad y de ahí un taxi a
Flevo Marina para aterrizar en "Inspiration", el nuevo
barco de Alfonso. Y ahora la respuesta a la pregunta ¿Qué hacemos en Lelystad? Pues tenemos una tarea por delante, recorrer las vías
fluviales europeas que antaño habían constituido las rutas
de comunicación y transporte del viejo continente. Eran
las autopistas de siglos pasados, algunas grandes, otras
pequeñas, vías de agua en definitiva que se han ido
entrelazando gracias a la mano del hombre y que ahora
forman una gran telaraña de canales y ríos que se
interconectan con cientos y cientos de esclusas.
Dice Machado que se hace camino al andar pero antes
hay que familiarizarse con el lugar, el barco, el
aprovisionamiento y el recorrido, aunque esto último se lo
dejamos a nuestro capitán ya que donde hay capitán no
manda marinero. De aquí al Mediterráneo, por las aguas
dulces europeas, hay unos 1.600 kilómetros, que pasan
por ciudades como Utrecht, Maastricht, Lieja, Lyon, etc.
Localidades de secano que sin embargo estarán a nuestro
alcance desde un punto de vista marinero ya que
accederemos a su corazón desde un barco. Será una
experiencia y un divertimento que muchos han vivido antes
que nosotros, sobre todo aquellos que usaron las vías
fluviales del viejo continente para ganarse la vida.
A la experiencia viajera hay que añadir la
gastronómica ya que tanto Holanda, como Bélgica y Francia,
nuestros tres países de referencia, son conocidos por su
buena cocina. Poco a poco iré relatando este periplo que
comenzará cuando nos lo permitan los trámites
burocráticos. Porque si hay algo que tiene nuestra vieja
Europa es burocracia, papeleos infinitos que en algunos
casos se contradicen unos con otros por mucha Unión
Europea se seamos.
Hay muchas, casi demasiadas, normas
de navegación por los canales y sería muy largo de
explicar . Que sirva como ejemplo el hecho de que en
Holanda es obligatorio llevar a bordo un almanaque de los canales, una guía en definitiva, aparentemente muy
práctica, pero ¡solo se edita en holandés! ¿¿¿¿????? ¿Lo
entienden? Ese libro, a partir de ahora "El libro gordo de
Petete", se encontraba a bordo cuando Alfonso compró el
barco, así que lo único que necesitábamos era aprender
holandés. También faltaban algunos papeles del barco que
cuando llegaban venían cargados de errores mecanográficos
absurdos, así que de vuelta a empezar.
Pero al mal tiempo buena cara así que aprovechamos para
hacer turismo por la zona. Visitamos el pueblo de
Enkhuizen, una auténtica monada de localidad, a la que se
llega por una barrera de casi 20 kilómetros que separa dos
mares. Es la manera peculiar de los holandeses de ganarle
tierra firme al mar, de conseguir que su país sea cada vez
más grande. Aún así es curioso que aquí, mires a donde
mires ves palos y más palos. Ya puedes estar tierra
adentro que los barcos navegan sin problemas por sus
canales siguiendo el curso de las carreteras y las marinas
están a la orden del día. También, y eso me llamó
poderosamente la atención, las casas con sus propios
embarcaderos.
Otro pueblo pintoresco por la zona es Hindeloopen donde
uno nada más entrar parece que está saliendo. Aquí lo
grandioso son los cientos y cientos de barcos en la marina
que esperan a su capitán a orillas de un mar interior.
¿Y qué os puedo contar de Amsterdam? Pues eso, que
sigue siendo una de las ciudades más marchosas de Europa.
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