LA JORNADA MÁS LARGA
El trayecto entre Liége y Namur
ha sido de momento la jornada más larga, casi ocho horas. Me contaba mi hermana en un email que el sol
está ahí, aunque no lo veamos, y efectivamente tiene razón. Porque el día
amaneció soleado, precioso, y con calor. Menos mal porque esa iba a ser nuestra
jornada de siete horas en el río, con esclusas y más bla bla bla que ya
conocéis.
Hasta ahora en el trayecto belga el paisaje no ha sido como para echar cohetes, sino más bien todo lo contrario. Uno ve a lo largo del día los gloriosos días de la bonanza que luego se convierten en la tragedia de la penuria. Pero a partir de Liége y rumbo a Namur la cosa cambia un poco.
Las industrias siguen presentes, pero cada vez menos y aunque las hay ya muertas del todo, no son tantas y la naturaleza parece que se ha abierto camino de entre tanto amasijo de hierro.
El río se vuelve tranquilo, con menos gabarras y menos tráfico en general y contando que es sábado los aficionados a la pesca se amontonan en la orilla con sus cañas lanzadas al agua esperando a que pique, no sé si algo o alguien.
Las esclusas siguen omnipresentes, aunque ya no las tenemos tanto miedo. El secreto está en entrar
cuando las grandes gabarras hayan apagado sus motores y estén bien amarrados a
la esclusa. Ellos no tienen miramientos con nosotros así que nosotros (los
barcos pequeños se entiende) tampoco con ellos. Y si tienen que esperar, por
mucha prisa que tengan, que esperen. En una de las esclusas, una vez entrada la
gabarra se enciende la luz roja impidiéndonos el paso así que “Velero llamando a
la esclusa, ¿qué pasa con la luz? ¿por qué en rojo cuando vamos a entrar?” Sencillamente no nos habían visto. Manda
narices, somos pequeños pero peleones.
Con tantas horas de trayecto hay que comer sobre la marcha y Lourdes de
nuevo se luce. Puchero del rico para todo el mundo. Con tantas horas de río al
cuerpo hay hambre pero al mismo tiempo hace calor así que sobra puchero para
otro días.
Además la idea es hacer Namur “la nuit” ya que a partir de este
momento estamos todos dándole al “parlevu”. Hay que ir practicando ya que nos
acercamos a Francia y ahí la cosa se pondrá muy “francesa”. Aunque ya hemos
disfrutado de los quesos holandeses, estamos esperando con ansiedad los franceses,
el paté y los buenos vinos (aunque ya sabemos que son carísimos). Pero esto es
un viaje también de placer así que no nos vamos a privar.
Llegando a Namur nos tocaba la última esclusa de la jornada ¡y era para
nosotros solos! Eso sí, la más sucia que hemos visto. Si alguien se cae al agua
muere directamente de contaminación. Cosa más asquerosa.
La entrada a Namur fue
estupenda y la ciudad es más que agradable. Tiene una inmensa Ciudadela y
calles y plazas llenas de bares y tiendas con gente disfrutando del fin de
semana.
Nada que ver con Liége, que nos defraudó profundamente. Esto es otra
cosa. Además aquí vimos a Iñaki y su novia Cristina, hijos de unos amigos de
Alfonso y Lourdes. Jóvenes fantásticos que demuestran lo que nosotros los
mayores deberíamos saber; que Europa es
una, grande y firme, y que los jóvenes se hacen a la vida en cualquier lugar
del viejo continente. Porque es SU CONTINENTE. ¡A ver si los que mandan, y cobran de nuestros
bolsillos se enteran de eso de una vez por todas!
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