TURIIIIISTAS
Eso es así porque venimos del tercer país
con más turismo del mundo aunque a veces nos ponemos en segundo lugar. Y todo
se pega, incluso el hecho de sentirse turista y que te tomen un poco el pelo.
Menos mal que estamos de buen talante porque si llegamos a estar de mal humor
ya nos hubieran oído. Pero dicen que la paciencia es una virtud así que ahí
andamos, con paciencia y una sonrisa para no perder la compostura.
Tocaba turismo en Maastrich, ciudad conocida
antes en España como Mastrique, y cuyo nombre viene del latín Trajectum ad
Mosam, lo que significa el que cruza el Mosa, haciendo referencia a un puente
que construyeron los romanos durante el reinado de Cesar Augusto . Dicen que es
la ciudad más antigua de los Países Bajos aunque lo mismo dice Nimega así que
la disputa sigue abierta y con tantos siglos por medio creo que a estas alturas
da lo mismo que da igual. Además por este lugar no pasaron solo los romanos ya
que antes estuvieron también los celtas y si nos remontamos más en la historia
a saber a qué culturas encontramos que a lo mejor prefirieron no dejar huella
para el futuro sino que llegaron y se fueron sin más. En cualquier caso tiene
el Puente de San Gervasio que es el más antiguo del país.
Maastricht no es una ciudad grande pero si
una ciudad turísticamente importante que además junto con la ciudad belga de
Liega y la alemana de Aquisgrán conforma una de las zonas más prósperas de esta
parte de Europa. Otra de sus
características es su peculiar forma de vida junto con su población cosmopolita
y su alta cocina. Y precisamente es ahí donde quería llegar.
Tras un paseo turístico recomendado por los
barrios más antiguos y pintorescos de la ciudad entra el hambre con cervecita
incluida en un bar donde gracias a Lourdes ya aprendieron lo que es ”una
tapita”.
Luego una buena comida y ¿por qué no en un restaurante portugués
recomendado? Se llama Taberna La Vaca y efectivamente algunas de las
especialidades son portuguesas. Los chicos optaron por una pasta con almejas,
yo un pollo a la portuguesa y Lourdes un solomillo. La comida era buena, no lo
vamos a negar pero las raciones se presentaron como tapitas, mínimas, a precio
de plato, con lo que el hambre seguía
ahí. Además lo del vino portugués iba a ser que no, ya que una botella subía a
la friolera de 34 €. Los vinos españoles algo más barato pero, vaya, caro,
carísimo. Nos sentimos algo timados y también algo turiiiistas.
En fin, como las barrigas no quedaron llenas
hubo que recurrir a una pastelería donde
tenían una tarta de manzana que dicho sea de paso estaba muy, pero que
muy, rica. Al margen de estas anécdotas, Maastricht tiene su encanto y es una
ciudad muy viva llena de jóvenes estudiantes que se reúnen en el centro en los
múltiples cafés y restaurantes que pueblan las calles y las plazas.
Y pudimos disfrutar de lleno de la ciudad
gracias a que habíamos atracado en el Club Náutico de Trech, que se encuentra
solo a dos kilómetros del centro. Paseamos a gusto y disfrutamos de un día en
el que el tiempo nos mostró su cara amable, aunque a la noche volvió el
frío. Y para terminar. Lo del Wifi en
Europa no es de lo más serio. En este puerto tenían, en el despacho del
harbourmaster (ese hombrecillo algo rechoncho, os acordáis). La señal llegaba a
los jardines pero claro, si el tiempo no invita, ¿quién se sienta en la
intemperie para conectarse a la red? Eso sí, es un país enamorado de las bicicletas hasta tal punto que las visten con hechuras de punto.
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