lunes, 13 de abril de 2020

EL COVID DESDE MI TERRAZA - DIA VEINTINUEVE

DIA VEINTINUEVE - DOMINGO 12 DE ABRIL

LA MADRE DEL CORDERO 


      Aquí lo del buen cordero no lo entienden. Se que hay mucha gente a la que no le gusta, pero a mi me encanta. Bueno, de hecho, me gusta casi todo, y así me van las líneas, las curvas quiero decir ¡Y yo sola me río!¡Que más da! Sobre todo ahora, en estos momentos tan tristes. 

      Pero vamos a hablar del cordero. Hace dos semanas tomamos el aperitivo con unos amigos en Madrid, podrí decir imaginariamente, pero no, con la tecnología de hoy en día todo se hace muy real. Yo había preparado un suque de pescado y ellos un cordero al horno ¡Ay mi envidia y nada sana! Si hay algo que me gusta a rabiar es un buen cordero al horno hasta tal punto que cuando voy a Madrid compro uno como Dios manda y me lo traigo. O cuando vienen amigos a casa saben que la llave de mi puerta es un cordero lechal. ¡Que le vamos a hacer!¡Estoy perdida con el cordero! Sera por eso que fui la maestra de ceremonia de la Ilustre Orden de los "Comecorderitos". Pero eso es otra historia.

       Ahora a lo que vamos, al cordero que hoy he preparado con todo amor y cariño. No era como el que compro en Madrid pero no tenía mala pinta y pensé que al menos podía intentarlo. Usé mi olla mágica de barro, comprada en Marruecos y en la que nada nunca jamás se ha echado a perder. Está claro que de la ilusión también vive el hombre aunque esta se desvaneció con el primer bocado. No voy a decir que estaba malo, porque no lo estaba, pero años luz del que he preparado en Madrid o del que se sirve en Segovia, Burgos o en el resto de las regiones camino al norte. No era lechal, tampoco la madre del cordero, supongo que un intermedio y de sabor regular. Que pena penita pena.

      Pero no me voy a centrar solo en el cordero que por estas fechas se sirve en muchas mesas sino también en los amigos y en el tiempo que ahora tenemos para recuperar el contacto. Porque en este domingo he vuelto a hablar con amigos de los que no sabía nada desde hacía 15 o 20 años. 

       Hay que ver como pasa el tiempo y nosotros sin darnos cuenta. Y lo peor es que no hay ningún motivo para el distanciamiento,  nada nos ha impedido seguir en contacto, solo la pura dejadez humana. Pero ahora hemos vuelto a hablar. Y que curioso. Seguimos ahí, amigos felices, como si no hubiera pasado ni un segundo de nuestras vidas o al menos esa es la sensación que tenemos. Si, estamos más viejos, ya somos abuelos, nuestros hijos más mayores, nos hemos mudado, y así hasta el infinito. Pero son solo hechos externos porque nuestro interior sigue intacto y nuestra amistad también. Solo han ocurrido cosas a alrededor de nuestras vidas, fuera de ellas también, pero nuestro interior sigue intacto. Nos hemos visto por el WhatsApp como si el tiempo se hubiera congelado. Maravilla del mundo y de la amistad. 

      A ver una hora de aperitivo maravilloso, luego el cordero y después hora y media de comunicación con mi nieto de seis meses que entre miradas, sonrisas y gestos se hace entender perfectamente. El me entretiene a su manera mientras que sus primos más mayores cantan, bailan y me enseñan sus videojuegos y manualidades. Esta claro que el confinamiento se hace más llevador con la tecnología.

    Así se va el día sin contar que estuve otra hora entretenida cocinando con mi hijo, el en su cocina y yo en la mía mientras que nos contábamos nuestras cosas. 

        Vivo sola con mi marido, pero mi casa esta llena de gente. Todos los días entran amigos, vecinos o familia.  Estoy, estamos, siempre con los nuestros. todo el mundo en nuestra casa. Fantástico. 

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